12:40 | Author: Ellery Hackett

El deterioro de las ruedas

Nada se pierde, dulce ser, nada se pierde nunca, no se agota la palabra no dicha, más se escucha. Permanece la música que manda el silencio, el eco está por doquier, pájaro que llamar nadie sabe.

Sin voltear atrás, camino hasta que su cuerpo desapareció en sus pasos. Y tan pequeño, fui recorriendo las calles sucias y respirando el olor combinado del alcohol, tabaco y todas las manos que se reunían ahí para acariciar la belleza de los embustes. Había perecido mi deseo de exceder al mundo exterior, quería entonces enterrarme en mí mismo.

Las manecillas giraron rápidamente, vueltas completas se fueron acabando para volver a empezar el recorrido. Tantos días pasaron en aquellos sillones, horas en las que observe la decadencia de las personas, minutos en los que no podía soltar un suspiro. Perdido me reconocía, ya nadie recordaba los sorbos que había pagado en la comodidad de las miradas, simplemente comenzaba de nuevo, ya con la experiencia, a desarrollarme sin ayuda, entre las llamas.

Regrese al patio trasero, camine en círculos una y otra vez; intentaba incrementar el camino del ferrocarril, quería hacer más lento el tiempo de espera, envejecer sin preocuparme del deterioro corporal. No pude comprobar nada de lo que había rondado mi mente aquel día, decidí dejar que todo siguiera su camino entre mis dedos.

Y recordé, que alguien todavía tenía plena consciencia de mi persona, no había olvidado aquellos cabellos de larga vehemencia y el despiadado rose de sus pinzas, suaves y sin dejar marca alguna habían tomado de más.

Y de nuevo, caí en el apego de lo irreal. La representación de lo que había buscado, imaginado dentro del saco con dos núcleos. ¡Que falso! ¡Y tanta falacia que se escondía, no podía dejarse ir!

Ya no actuaba conforme la consciencia de lo anterior, el recelo me había tornado en una forma sistemática y desertora de mi propio ideal. Tenía que dejar todo atrás y empezar a encontrar lo que había arrastrado conmigo para completar el acto.

Y que maldita fue esa noche cuando también comenzó a presentarse la antigua molestia de picazón, pero no debía hablarlo.

―Ya no sabemos a dónde ir ―mencione, tomando aquella grande bolsa.

―Lo sé, pero tampoco aportas ideas ―replico.

―Soy más flexible en la idea de encontrar la manera de pasar el tiempo, pero entiendo que tú tienes limitaciones ―argumente, sonriente.

―Está bien, caminemos y en el recorrido podremos ver algo.

Vimos la transmutación, donde solo al humano lo delataba la grabación de una voz desconocida. Después, observamos los antiguos espectáculos de la esencia humana. Había despertado un instinto que poco a poco consumía y alejaba al frío pero, dentro de aquello, también estaba la misma falacia para recordar que nunca debía ser.

No importaba, sabíamos que tarde o temprano sucedería, pero no soportaba la idea de que aun estaba algo ahí, algo que debería ser solamente el polvo de su propia lejanía y que, además, dejo los rastros de un miedo que en otros se presenta para intentar controlar el caminar de la confusión. !Y estaba harto!

Pero no podía flaquear a esa altura, antes ya había concluido el pacto con la vejez inútil.

Una rosa nueva comenzaba ya a morir; no fue abandonada para perecer embriagada, debía ser testigo del regocijo pecaminoso.

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1 comentarios:

On 30 de septiembre de 2009, 23:01 , Anónimo dijo...

mmm me paresio muy cautivador y sierto
quisiera un autografo del escritor