11:38 | Author: Ellery Hackett

El deslizador de caricias

Y socios seremos, no olviden, de un rey a quien van a adorar…


Y que larga fue la espera, pero nada favorecía la constante necesidad de reafirmar la imaginación en la estática. Grandes, novedosos y suaves eran mis pasos, para mí lo eran, pero nunca se difumino la malicia de las miradas, de los roces y las noches.

Quería saberlo, pero sabía que estaba ahí, ya no era una posibilidad, era el comienzo y pensaba solamente en llegar al final, a pesar de lo que fuera, a pesar de saciar mi capricho con el robo de dos inocencias. Planeaba dejar una de ellas, al final no serviría para satisfacerme.

El tiempo había transcurrido sin planear nada de aquello, solamente era el deseo, no dependía de mi trabajo, no era mi mente la que debía realizarlo ni tampoco estaba yo para obedecerla. Había perdido la racionalidad, pero todo cedió ante lo inconsciente. No debía dejar aquel nuevo futuro, era algo que debía traer al presente.

Sabía lo que sucedería, permití que los conceptos volaran libres; pues no deseaba la misma falacia anterior en mi propia persona, todo debía ser acorde a mi tendencia. Acostumbrar era fácil, pero jamás pensé en cambiar mi corriente, insultar nuevamente mis manos y ser preso de mis propios hologramas.

Y quienes habían socorrido en el comienzo obtuvieron lo que querían. Pague por adelantado y sin percatarme. Pero ya no necesitaba aquellas suplicas, a pesar de rogar el formar parte de un nuevo periodo no podía dejarlos entrar al final. Todo el recorrido acordamos que se mantendrían a la par; pero la puerta debía cerrarse frente sus ojos en el último centímetro, estaban reflexivos de aquello pero aceptaron sin mucho esfuerzo. Se completo un nuevo lazo.

Lo había visto venir, lo observe desde mi ignorancia, muchos años atrás. Con el conocimiento de los resultados, podía realizar el pasado y el futuro al mismo tiempo, era capaz de crear el destino, de seducir al presente y jugar como un bebe, sin saber lo que hacía, con el objeto de convertirme en el dueño de algo tan insignificante que me acercaba a lo divino.

La diferencia al humano. La desgracia que se ha observado no habría de caer en mí. La sensación y el deseo eran puros, desinteresadamente lo provocaba, no para mí. Pero habría de satisfacerme. Había creado la nueva clase de egoísmo, tan inocente que finalmente podía entenderse que no existe tal pureza en ninguna bondad.

Una bondad tan malograda y aberrante, fuera cual fuera, pues permitía convertir en agujero cualquier suelo y de secar cualquier hoja. Era su naturaleza, y a pesar de tanta felicidad, al final la desdicha alrededor era lo que perduraba, fruto de su grande compasión.

Y por primera ocasión, me sentí tan malvado, tan controlado por mi propia vista. Pero tal maldad era soberanamente contradictoria a lo común, se apuñalaba sin piedad.

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