13:55 | Author: Ellery Hackett

La metamorfosis del vampiro

Y, sin embargo, para cada mal hay uno peor. En la vida, más vale un canario perverso que un piadoso lobo.


La mujer decía con su boca de fresa,
ondulante, acechante, entre sierpe y tigresa,
y amansando sus senos sobre el duro corsé,
estas palabras que ella dejaba resbalar:

"Yo tengo el labio húmedo y conozco la ciencia
que en el fondo del lecho diluye la conciencia.
Enjuga todo llanto la gloria de mis senos
que hacen reír a los viejos igual que a niños buenos.
Y soy para quien sepa contemplarme sin velos
la luna, y soy el sol, las estrellas, los cielos.

Tan docta soy amando, queridos sabihondos,
cuando un hombre aprisiono en mis brazos redondos
o cuando a sus mordiscos abandono mi pecho,
frágil y libertina a la vez, que en mi lecho,
gustador del deleite que raya en frenesí,
hasta los mismos ángeles se perdieron por mí."

Cuando toda la médula succionó de mis huesos,
y sobre ella rendido quise darle mis besos,
advertí que en sus flancos —todo fue en un momento—
resbalaba un humor viscoso, purulento.

Cerré entonces los ojos de frío y de terror,
y al abrirlos de nuevo al vivo resplandor,
junto a mí, y en lugar del maniquí gozado
que parecía haberse ya de sangre saciado,
temblaba un esqueleto, produciendo un crujido
como el de esa veleta que da un agrio chirrido,
o el rótulo hecho trizas del umbral del infierno
tremolando en el viento de una noche de invierno.

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