23:17 | Author: Ellery Hackett

No creo en las definiciones. Siento que ningún término puede abarcarme, que ninguna palabra puede reflejar los lóbregos sótanos y los radiantes salones que habitan en mi corazón.

Soy mucho más que la suma de mis talentos y carencias, y ciertamente, soy más que la acumulación de mis inclinaciones, aún de las más nobles.

Supongo que llegará el momento en el que deba dar cuenta de mis días; en el que deba, humilde y apesadumbrado, arrodillarme ante los pies de Dios, y explicar con palabras los hechos que han justificado mi paso por este mundo.

La alfombra del tiempo se extiende ante de mis ojos, y en mi mente persiste un recuerdo: sé que llovía, de eso estoy seguro, sé que las cortinas se agitaban; que el campo oscuro se extendía frente a mi ventana, más como una ilusión de los sentidos que como una realidad. Era de noche, tarde, y yo estaba, naturalmente, solo.

Le explicaría al Dios que mi vida se justifica sólo con aquella noche, que el escenario del mundo, con todos sus días y pequeñas costumbres, es menos real para mí que aquella noche contemplando los rayos a través de mi ventana.

Que se borren todos los detalles del libro de mi vida, que se ignoren todos los llantos y todas las miserables y efímeras victorias: Que sobreviva aquella noche, sola, eterna. Que Dios sepa cómo he usado su creación, que conozca el motivo por el que mi vida valió la pena, que descubra con terror que no fueron los verdes campos ni las altas montañas las que justificaron mi existencia.

Que sepa que fue un poema lo que me convirtió en un digno peregrino de este triste mundo.

Yo soy aquella noche, soy lluvia, soy aquel chico tendido en su rústico lecho, soy las lágrimas de alegría que bañaban sus mejillas al saber que existe belleza en la soledad; soy el suspiro detrás de cada verso, soy la oscuridad que todo lo envolvía, soy el epílogo necesario para un diálogo entre un fantasma, y otro que está condenado a serlo.



Alone

En mi vida, hay tres cosas: la incapacidad de hablar, la imposibilidad de estar en silencio, y la soledad, que es lo mejor que he hecho.

Desde el tiempo de mi infancia no he sido
como otros eran, no he visto
como otros veían, no pude traer
mis pasiones de una simple primavera.

De la misma fuente no he tomado
mi pesar, no podría despertar
mi corazón al júbilo con el mismo tono;
y todo lo que amé, lo amé Solo.

Entonces ―en mi infancia― en el alba
de la vida más tempestuosa, se sacó
de cada profundidad de lo bueno y lo malo
el misterio que todavía me ata:

Del torrente, o la fuente,
del risco rojo de la montaña,
del sol que giraba a mi alrededor
en su otoño teñido de oro,
del rayo en el cielo
cuando pasaba volando cerca de mí,
del trueno y la tormenta,
y la nube que tomó la forma
―cuando el resto del Cielo era azul―
de un demonio ante mi vista.

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