0:17 | Author: Ellery Hackett


El límite del orgullo

Podemos estar orgullosos de lo que hemos hecho, pero deberíamos estarlo mucho más de lo que no hemos hecho. Ese orgullo está por inventar


En la terquedad de mi temperamento, en esta noche abúlica; nuevamente cogí el lápiz y un viejo pedazo de papel del cual se desprenden moribundos pedazos amarillentos que han soportado pequeñas tempestades de coléricas culpas.

En el proceso de perder toda capacidad de juicio había denotado mi propia inestabilidad, la efímera capacidad de criterio que me quedaba se fue apaciguando cada día hasta dejar solo una absurda migaja de alguna capacidad que me resulta imposible escribir, recordar la palabra con la cual se etiqueta es un esfuerzo excepcional que no puedo concluir.

Esa detestable astilla continúa adentrándose en mi cerebro, colmando las ideas con su molesto pinchazo de estupidez. Así, puedo observar que al intervenir en mente ajena he tenido que rebajar mi nivel de consciencia para comprender un diminuto pedazo de humanidad que no me corresponde. Y solo Dios (en su dudosa existencia y mentalidad de infante caprichoso y ansioso de permanecer en dominio) sabe que, dentro o más allá del bien y del mal, he realizado una vasta cantidad de pequeñas obras de bondad. Bondad que no puedo reconocer, pues no es un bien que pueda disfrutar. No obstante, con la poca necedad que me sobra, puedo observar que me ha costado mi propia conciencia de orgullo.

Dichas gestaciones no fueron realizadas para alguien en especial ni para alcanzar algún fin especifico. En realidad, no fueron acciones con sentido alguno, esa es la soberbia que existe en esos actos. Una soberbia tan desmedida que hace parecer tan insignificantes y perversas las magnanimidades que exige el mismo Dios.

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